El público se ubica en fila, se ve desde la puerta. El teatro El excéntrico de la 18 tiene forma de L, y una vez atravesada la boletería, está la sala. El asistente nos invita a ingresar y nos abrimos a un mundo creado dos siglos atrás. Desde los primeros asientos, se aprecian unas botas grandes e imponentes. Son casi irreales, parecen pertenecer a una deidad. Las luces se apagan e ingresan los personajes en escena.
“La Señorita Julia” es una obra escrita por el dramaturgo sueco August Strindberg. Un precursor del naturalismo, también vinculado al teatro de la crueldad. Asimismo, se sospecha de la misoginia del autor, que asoma en el libreto de esta obra, adaptada por Alberto Ure y José Tcherkaski a fines de los años setenta.
El naturalismo responde a un tipo de puesta en escena e interpretación utilizada hacia fines del siglo XIX y principios del XX. A grandes rasgos, sostiene la existencia de una suerte de ley, que a través de la herencia biológica o la influencia del medio, afecta de una única manera, a la conducta humana. Asimismo, esta ley funciona de manera inexorable, es decir, como un condicionamiento determinante, acabado. En este punto, en medio de los debates históricos y actuales, es interesante pensar la propuesta de la obra y el modo en que nos interpela. Julia, interpretada por Belén Blanco, pertenece a la clase alta. Por su parte, Juan (Diego Echegoyen) es un plebeyo, trabaja en la casa de la familia. Se seducen y charlan sobre fantasías. En ese choque de clases, el autor pone de manifiesto una relación de poder entre las partes, que lejos de pensarse como posiciones móviles en constante disputa; se entienden como condicionamientos definitivos: de una vez y para siempre.
Por otra parte, también se hace presente, la relación de poder atravesada por el género. Julia es una mujer de la alta sociedad del siglo XIX. Su conducta, que yace fuera de lo esperado socialmente, es interpretada como un desacato tan subversivo como necesario. Sin embargo, los dichos que sostienen la acción del personaje femenino, y el desenlace de la obra, esconden una trampa que es preciso rescatar de las garras de su autor.
Para dar luz y poesía a ese cruce, los actores hacen uso de su cuerpo. A lo largo de la obra se recrean figuras para representar el contacto entre Julia y Juan. El uso de la corporalidad para confrontar con el discurso determinista, es efectivo. Aquello nos invita a pensar cuánto de aquel determinismo hemos superado. Nos arrincona y nos pregunta cuántas relaciones de poder hemos dejado de naturalizar. Incluso, desde una visión atrevida y alejada de la época, nos vuelve a poner en contacto con aquel dilema de las primeras feministas de nuestro país, quienes enfrentaban las limitaciones de los partidos políticos a la hora de incluir sus intereses en sus plataformas. ¿Qué es prioritario, la lucha de clases o la lucha feminista? ¿Quién domina, Julia por ser de la alta sociedad; o Juan, por ser hombre? Los actores nacen y mueren entre diálogos que rozan la locura. Juegan con los límites de sus personajes. De allí podemos inferir un elemento del teatro de la crueldad al que hacíamos referencia más arriba: impresionar a los espectadores mediante situaciones impactantes.
Al mismo tiempo la relación entre el personaje de Julia, y el de Cristina (Susana Brussa) es novedosa para entonces. Esta última es la cocinera de la casa, y está comprometida con Juan. Representa la aceptación de una conciencia de clase y la reconciliación con aquella determinación intransigente que propone el autor. El elemento innovador reside en plantear una relación de empatía entre ambas, en lugar de una enemistad entre los personajes femeninos; aún siendo dos estereotipos femeninos opuestos.
La tragedia que evoca la obra es pensada como un orden natural. En el camino, nos encontramos con sexualidad, enfrentamiento de clases y relaciones entre los géneros. La directora Cristina Banegas nos acerca una obra que discute con todos los cuestionamientos que nos ha dejado la historia. Se inserta en ella como un documento que nos recuerda quienes fuimos, y nos pregunta quienes somos ahora. “La Señorita Julia” imprime un discurso conservador desde una puesta moderna, y allí reside su pertinencia en nuestro presente: una punta para desnaturalizar las relaciones de poder impuestas.
*El título hace referencia al manifiesto feminista que sostiene la politización de lo personal[Barrancos, D. y otros (2009). Cuadernillo 3. En Feminismo como lucha social, autonomía y revolución. Buenos Aires: Socialismo Libertario.]
*Las imágenes pertenecen a Marcia Ruetsch - fb MR Audiovisuales/ marciaruetsch.wixsite.com/audiovisuales
Ficha técnico artística
Autoría: August Strindberg
Adaptación: José Tcherkaski, Alberto Ure
Actúan: Belén Blanco, Susana Brussa, Diego Echegoyen
Vestuario y Escenografía :Magda Banach
Iluminación: Verónica Alcoba
Realización de vestuario: Camila Orsi
Música original: Carmen Baliero
Fotografía: Francisco Castro Pizzo, Luz Soria
Diseño gráfico: Sofía Stead
Asesoramiento coreográfico: Virginia Leanza
Asistente de producción y dirección: Matías Macri
Prensa:Carolina Alfonso
Dirección: Cristina Banegas
Lerma 420 - Capital Federal
Teléfonos: 4772-6092
Sábado - 20:00 hs - Hasta el 28/10/2017
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