En el
año 1931, Federico García Lorca escribió Bodas
de sangre. Una tragedia que cuenta una historia de amor enfrentada a los deberes de la
institución matrimonial de la época. La historia de amor aparece entonces como
impía: dos amantes se escapan juntos, dándole la espalda a una unión
matrimonial recientemente consolidada, y enfrentándose así, a una familia, a
una sociedad. A lo largo de la obra, la tragedia y la pasión se resuelven en
los sentimientos de sus personajes: despliegan discursos repletos de belleza
poética, de imágenes tan hermosas como palpables y dolorosas. Las pasiones y
las instituciones luchan por un único lugar de verdad.
Ochenta
y cuatro años después, más precisamente el sábado 4 de julio de 2015, el Grupo de Teatro Centro Galicia de Buenos
Aires estrenó la segunda obra de su ciclo de montaje teatral en
el Centro Galicia de Buenos Aires. Las dos obras elegidas son del poeta,
prosista y dramaturgo Federico García Lorca. Ya el viernes habían dado a
conocer su versión de Doña Rosita la Soltera. El sábado pasado fue el turno de la tragedia Bodas de Sangre.
Se
ordenaron los elementos de la obra, fueron sometidos a la visión de los
intérpretes viejos: aquellos que decidieron antes poseerla y volverla vida;
pero también fue habitada por los actores nuevos, los que observábamos lo que sucedía allá arriba del escenario - en un
tácito contrato de realidad-.
ph Agostina Lombardo |
El director, Fernando Naval, nos explicó
que se trataba de un montaje teatral que simulaba el período previo al estreno:
los actores se presentarían con los libretos y la vestimenta no estaría
completa en todos los personajes. Nos contó que se trataba de un momento de
experimentación del actor. Pensé entonces que podríamos dar cuenta de la búsqueda de intensidades
y personalidades de sus personajes. Me entusiasmó esa idea.
También me gustó la propuesta de un montaje: sin una
escenografía ni un vestuario completamente resueltos. El director comentó que
había tomado esa decisión para lograr resaltar el valor de las palabras en una era
en la que lo audiovisual parecía haberlo apropiado todo.
ph MR |
La elección de Lorca parece ser certera
entonces: su modo de escribir está repleto de giros y licencias. Nos transforma
el pensamiento en sentimiento, sin siquiera dejarnos entrever el pasaje. Brotó
una lágrima ante la interpretación de la madre, de la esposa engañada, de la
novia afligida, de la criada cómplice: las actrices supieron interpretar la
importancia que Lorca siempre resguardó para las mujeres.
La puesta en escena de Miguel Ángel Cubilla se presentó como una aparente contradicción:
un bosquejo de fondo negro y lienzos transparentes perfectamente preparados
para la intención de la obra. Como sucede en la lectura de un libro, los
personajes parecían no poseer extremidades. Surgían, al hablar, su torso y sus
brazos. Se detenían en azules, como postales nocturnas, y sólo se movían en dorado. Las luces del teatro
siempre me llamaron la atención. Se nos
invita a mirar la luz, a seguir la línea que el director decide mostrar. Sin embargo, ese juicio no resulta nunca autoritario
o absoluto, podemos atrevernos a mirar los azules y ver otra dimensión de la
obra. Mi viejo me enseñó a mirar más allá de lo aparente en el teatro: los actores
siempre están actuando, siempre están interpretando. A veces uso ese yeite y
pienso que así puedo reconocer a un buen actor.
ph MR |
El
sábado percibí un grupo de actores sumidos en su creencia, en nuestra creencia ahora,
que estaba ahí con ellos. La tragedia de Lorca cobró vida otra vez, y su música
también. Anda Jaleo sonó entre los actos
y resurgía así, la España popular que Lorca supo rescatar en su cancionero.
Experimenté una original y respetuosa interpretación de Bodas de Sangre. Una puesta en escena que nos invitaba a crear, a leer y escuchar lo que se dice, a ver lo que no está. Un lugar activo para el espectador y Lorca detrás, haciéndonos temblar, obligándonos a sentir y reflexionar.
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