Las obras cobran sentido en sus
tierras, porque su público co-creador se identifica.
Porque el lenguaje y los modos de darle vida refieren a nosotros, a
nuestra cotidianidad y a nuestros mundos ilusorios. El teatro nos representa, recrea
espacios, seres e historias. Los crea, uniendo actuación, guión, escenografía y
sonidos sobre atmósferas cuasi reales, y también surrealistas.
Sucede en un guiño de absoluta comunión, donde todos pretendemos que eso
que acontece sobre las tablas, realmente existe. Aún cuando no todo lo que se cuenta allí es
visible, tirando entonces por tierra la absurda consigna de que “hay que ver
para creer”.
El sábado pasado a las nueve de la noche, un grupo de personas nos pusimos de acuerdo para creer que eso que
sucedía en el teatro Payró era cierto.
A pesar de las señales: de las sillas frente al escenario, de la
escenografía, del gentil acomodador; incluso a pesar de haber entregado una
entrada antes de ingresar a la sala,
todos creímos que lo que allí sucedía era real. Al menos durante esa
hora y media confiamos en aquel encantamiento.
“Absolutamente comprometidos” es una adaptación de una obra
estadounidense del año ´99 escrita por la actriz y productora televisiva, Becky
Mode. Se desarrolla en el depósito de un restaurante, donde Daniel Monofrinotti, un joven
actor de incipiente trayectoria, trabaja atendiendo los pedidos de reserva de
los comensales.
La cuestión
que gira alrededor de la obra es tan simple como compleja: Daniel, un pibe de
pueblo, quiere dedicarse a la actuación, pero hasta que su golpe de suerte se
haga fuerte, trabaja en este restaurante. Un espacio que a lo largo de la obra
se vuelve hostil y repleto de ansiedad, pero que irónicamente, nos hace reír.
Daniel recibe llamados telefónicos constantes de diferentes clientes impacientes
y absurdamente exigentes, y asimismo, debe
lidiar con el escenario cotidiano de trabajo: la rutinaria humanidad que
circula entre compañeros y un jefe que delira en su pequeña posición de poder.
Lo
interesante de esta comedia es que todos los personajes son caracterizados por
el mismo actor, Julián Kartun. Manteniéndose ajeno a la exageración poco
verosímil y acercándose a ella para generar humor.
Julian Kartun, que como actor es un fiel observador de los gestos y
discursos que nos constituyen, personifica diferentes personajes, hombres y
mujeres, extremando sus características. Realiza una lograda hipérbole de estos
elementos gestuales y discursivos para generar un fácil reconocimiento, para
poder reír de los otros, y de nosotros mismos. Y también, para creer que él,
con sus mismos ojos, con su misma ropa, con sus mismas manos, era más de uno.
Cuando
terminó la obra, una amiga me dijo “este pibe si no es actor, es
esquizofrénico”. El encantamiento del
teatro hizo que todos creyéramos que
allí había más de 10 personas y no un
pibe hablando solo.
Nos
identificamos y nos reímos de nuestras propias miserias, del mundo que nos
rodea, de nuestras preocupaciones banales. También reconocimos nuestros
afectos.
Cuestionar un
supuesto delirio del actor es no reconocernos a nosotros mismos en nuestros
dramas diarios. Como plantea el sociólogo y escritor Goffman, somos todos
actores, nos ponemos máscaras que cambian según la situación que estamos
viviendo en cada momento. Dependiendo el escenario, podemos ser egoístas o comprensivos; soberbios o altruistas. Todos somos esos personajes.
Jueves y
sábados 21 hs.
Teatro
Payró
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