sábado, 14 de marzo de 2015

Vulnerable amparo.

Camino a la terminal del 93, me crucé con una chica. Ella llevaba un rosario. Lo noté en los primeros pasos. Me llamó la atención por sus colores. No eran colores sobrios.

Ella intercambiaba el rosario de mano en mano. Yo creo que lo hacía de un modo especialmente racional. Más allá de su fe, ese gesto la excedía. Pasaba el rosario de su mano derecha a su mano izquierda cada una cantidad determinada de padres nuestros.


Miré el rosario pasearse de una mano a la otra durante dos o tres cuadras.Sin darme cuenta, empecé a caminar hacia ella. Había acelerado mi paso. Estaba a punto de pisarle los talones.


Me había obsesionado durante esas cuadras con ese objeto. Sobre todo con esa relación íntima que ella mantenía con él.
Había una fe ciega: ese objeto estaba protegiéndola. Durante esas cuadras esa era la verdad. Ese collar de pequeñas perlas y una cruz ahuyentaba sus miedos, sus vergüenzas. 


Sentí celos. Supongo que por no creer de ese modo en algo así. Por no lograr creer que un rosario podría exorcizar mis miedos, mis propias vulnerabilidades.
Ella parecía no percibir mis pasos, cada vez más cercanos. Quizás en un intento de salvarme de mí misma. Ese rosario podría ampararme a mí también, pensé.


Sin querer pateé una piedra que chocó contra el cordón. La chica del rosario advirtió mi presencia. Decidió cruzar de vereda.


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